El desarrollo del cerebro es un proceso consistente
en hacer y rehacer cada vez más conexiones entre neuronas para tejer redes
tridimensionales de círcuitos neuronales. Qué círcuitos se fortalecen y cuáles
se atrofian eso depende de las experiencias que tiene el niño en su entorno.
Durante los ocho primeros meses de vida, la creación de círcuitos nuevos
aventaja a la desaparición de círcuitos viejos, proceso que continúa hasta que
hay aproximadamente veinte veces más circuito de lo que existían al nacer el niño.
La corteza prefrontal, donde se produce nuestro pensamiento racional, sigue
creando nuevas conexiones a lo largo de los diez años siguientes, usando para
ello el doble de energía que la que usa un cerebro adulto.
En el segundo
año de vida del niño, el número de círcuitos que se debilitan o se atrofian
supera al de los que se crean nuevos, hasta que a finales del segundo año, el
número total se ha reducido a la mitad y el bebé tiene aproximadamente el mismo
número de sinapsis que un adulto. El entorno y las experiencias del niño
decidirán qué conexiones se refuerzan y cuáles desaparecen o se debilitan. El
buen funcionamiento de la corteza cerebral es necesario para el aprendizaje y
depende del crecimiento sano del cerebro medio y del tronco del encéfalo las
partes que gobiernan el bienestar emocional del niño. La corteza cerebral
conserva su plasticidad y adaptabilidad a la nueva experiencia a lo largo de
toda la vida. Pero el tronco encefálico, que organiza al cerebro, pierde
plasticidad, de manera que las experiencias de los dos primeros años de la vida
del niño determinarán su desempeño futuro.
La respuesta
normal y sana del cerebro ante las situaciones alarmantes es una u otra de la
bien ya conocida lucha, parálisis huida. Los niños pequeños que sufren
situaciones traumáticas adoptan a menudo formas exagerada de una de esas
respuestas. Más tarde, en el colegio, esos niños serán excesivamente agresivos
en sus relaciones con los otros, o mostrarán pasividad y falta de interacción
en su conducta. Los científicos piensan que eso se debe a que los sucesos
traumáticos, o cualquier experiencia negativa en la primera etapa de la vida
del niño, puede afectar el desarrollo y estructura del cerebro. Concretamente,
parecen que impiden la creación de conexiones neuronales. Los experimentadores
y educadores han demostrado que esta situación es reversible, si se somete al
niño a un programa intensivo de cuidado y actividades específicas.
Terry Mahony